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Xiomara, la mujer que tiene el don de hablar con animales

Xiomara Rodríguez lleva más de 20 años comunicándose con los animales. Da algunas claves sobre los animales domésticos.


Llegué más temprano de lo acordado a la entrevista. En la sala de espera estaba una mujer que había sacado del abandono a una perra. Ella estaba segura de que, al igual que la primera vez, Xiomara Rodríguez le diría todo lo que pensaba su mascota, en vísperas de su matrimonio. Yo guardaba silencio con mi gato amarillo: Ron. No quería soltar ninguna pista de su historia, menos delante de la asistente de una mujer que aseguraba hablar con los animales.


Esperaba con incredulidad, lo acepto, pero, una hora después de una larga conversación con una paciente, al fin salió del consultorio. Estaba feliz, también la linda golden retriever.

Después de un saludo cordial, entré a su despacho, mientras mi gato daba vueltas por el lugar. “Ha estado hablando todo el tiempo. Dice que quiere una poltrona en la que se pueda hundir, pero que sea alta para mirar por la ventana, que por favor le juegue más, que se aburre mucho, que le gusta la sensación de vacío, como cuando se sube al clóset y salta”. Ron decía, telepáticamente –como dice ella comunicarse–, que no le gustaba que la arena estuviera gruesa porque se ensuciaba el cuerpo, y que esa sensación no le agradaba.

Hasta ese momento, pensé, todo podía ser deductivo, es decir, ¡son cosas normales que le gusta hacer a un gato! Hasta que me dijo: “Él disfruta el agua en movimiento. Cuando usted abre la llave, mete sus patas y juega con el agua”. Eso solo lo hace Ron, las otras dos gatas que tengo, ¡nunca!

Entonces captó mi atención. Ron me estaba diciendo, a través de Xiomara, que había ruidos que lo asustaban, que cuando se me arrunchaba buscaba tranquilizarme porque él sabía que mi cabeza iba y venía por muchos temas. También le gustaba el collar que le había puesto porque así nadie lo iba a sacar de su casa y que cuando abría la puerta a él le gustaba asomarse, pero que tranquila, que él no se iba a salir. “Le gusta mucho una ventana por donde le entra brisa, y que deje de regañarlo cuando huele las cosas, que él solo disfruta de los aromas”.

Hasta ese momento, él solo había dicho lo que se le ocurría. Luego le dije a Xiomara que si le podía hacer preguntas. “¡Claro!”, dijo con tranquilidad.

Revelaciones
¿Cómo lo trataban antes de llegar a mi casa?, pregunté. Dice que vino de una camada enferma, que sentía mocos, debilidad, que aguantó mucha hambre, que tenía una sensación de pellizcos en el estómago, y que todo el tiempo estaba con la piel irritada. Agregó, según Xiomara, que ahora se sentía bien, que le gusta cuando lo acaricio con la yema de los dedos en el lomo porque en ese momento se siente conectado.

Entonces pensé en hacer una pregunta más específica. ¿Será que Ron me puede decir cómo le va con sus amigos?, ¡Claro!, respondió, otra vez con ese tono de seguridad que me desconcertaba, más aún porque yo no le había dicho nada de nada sobre mis otras dos gatas.

Dice que son dos, que hay una que nunca quiere estar con él, que lo quita, pero que, en cambio, la otra sí juega, que se ponen bruscos y que desde que llegó él, ella se siente tranquila, que lo único malo es que le gusta comer mucho, y dormir. En efecto, ese es el trato que Ron tiene con Uva y Lupe, las gatas que adopté hace más tiempo.

También coincidió en que una de ellas es muy miedosa, que guarda sus distancias y que por eso a él, a Ron, le da muchas ganas de ir a asustarla. “Ella se pone brava y me hace grrr”, dijo Ron, bueno, dijo Xiomara que dijo Ron.

Luego le pregunté por qué él solía esperar a mi esposo en su lado de la cama. Respondió que él necesitaba sentir que un humano le pertenecía, porque las otras dos se la pasaban acostadas encima mío. “El papá y yo somos solidarios, él sí juega, me encanta cuando me tira a la cama. Lo que no entiendo es por qué se pone bravo cuando lo muerdo si él también me espicha”, dijo Ron, según Xiomara.

En la misma sesión, Ron le contó a la mujer que yo tenía dos hijos, y que jugaba con uno porque sentía que el otro lo veía con fastidio porque molestaba mucho, que los dos peleaban, pero que eso era porque las reglas en la casa no eran claras y que pasaban mucho tiempo solos. “Al niño lo regañan por todo y a la niña le gusta competir, a la gata grosera le gusta estar con ella”, dijo Ron.

Al niño lo regañan por todo y a la niña le gusta competir, a la gata grosera le gusta estar con ella

En cuanto a las visitas en la casa, Ron dijo que a él le agradan más que a las otras dos gatas y que le gusta ir a contarles qué está haciendo la gente. “Yo trato de tenerlas tranquilas, aunque no me pongan atención”.

En la sesión, Ron habló hasta de la comida; dijo que prefería ver el plato lleno, que tranquila, que él no comía por ansiedad, solo cuando tenía hambre. Agregó algo que no tenían que saber: cuál de las gatas vomitaba. “A la grosera le estresan mucho los cambios y el acelere de la familia”. En efecto, una de las gatas suele tener ese comportamiento.

Así, con una risa nerviosa del fotógrafo y de la periodista, terminó la sesión personal; ahora tenía que saber de dónde le había surgido semejante don.

El descubrimiento
Xiomara dice que el don de hablar con los animales siempre estuvo en ella, pero que solo cuando cumplió 20 años lo racionalizó. “De niña no tengo muchos recuerdos, pero mi papá era ganadero. Muchas veces le dije si alguna vaca no estaba lista para morir”.

La gente cercana también decía que era una niña sensible y que les extrañaba que los perros nunca le ladraran y los caballos respondieran a sus mandatos.

Xiomara Rodríguez dice que la han tratado de bruja y de embustera, pero ya ha superado la crítica de quienes la tachan de loca.


Ella vivió en Suiza a los 13 años; de hecho, estuvo en un internado durante su bachillerato. En Colombia estudió veterinaria, pero no la terminó, solo llegó hasta octavo semestre. Dice que todo eso que alguna vez pensó que era una enfermedad mental, cambió el día en el que un perro le pidió ayuda mientras hacía una vuelta en una tapicería de muebles. “Me dijo que lo iban a regalar porque se estaba portando mal; le gustaba perseguir a las bicicletas. ¡Claro!, cuando le dije eso a un señor me contestó que si me la estaba fumando verde; sin embargo, luego la dueña del local le ratificó la preocupación del perro”.

Xiomara, en ese momento de 20 años, comenzó un proceso difícil. Vivió un tiempo en Estados Unidos, estudió adiestramiento canino, modificación de conducta, peluquería para perros, trabajó con mascotas de los minusválidos y, a la par, trataba de asimilar que lo suyo no era una enfermedad. “Si la gente no cree que hay quienes se contactan con los muertos, menos en una mujer que habla con los animales”.
Con la misma incertidumbre llegó hace 17 años a Colombia. “Aquí conocí a una profesional muy importante en mi vida. La bioenergética Elsa Lucía Arango. Ella nunca dudó de mi don y me ayudó a canalizarlo”.

Pasaron meses en los que solo trabajó en guarderías para perros sin decirle nada a nadie, mientras creía en sí misma. “Estaba mejorando como ser humano, meditando y hasta me volví vegetariana por problemas estomacales. Yo estaba comenzando a sanar”.

Al comienzo rechazó muchas entrevistas de gente que se enteró de su don y del caso de un perro perdido que ella ayudó a encontrar, pues sentía que no estaba preparada. “Mi médico, bioenergético, Santiago Rojas, me decía: tienes que perder el miedo; aunque no quieras a los humanos, vas a trabajar con ellos”.

‘Salir del clóset’ no fue fácil. La gente le ha dicho loca, bruja, mentirosa, de todo, pero hoy tiene una armadura que la blinda de todas las ofensas. Con ese temple se dedica a atender a sus clientes en un consultorio sin lujos, en el barrio La Castellana. “Me gozo cada historia, cada consulta, lloro con ellos. Nunca sé qué va a pasar. He aprendido a ser más prudente porque algunos animales me cuentan hasta infidelidades de sus dueños”.

He aprendido a ser más prudente porque algunos animales me cuentan hasta infidelidades de sus dueños.

La fama de Xiomara ha crecido por el voz a voz de quienes piensan que sí ha atinado con temas de la relación entre amo y mascota.

Hace entrevistas hasta por Skype. “Un día hablé con una cacatúa. Me dijo lo importante que era el ritual de desayuno con su dueña y que cuando ella se fue a hacer una maestría sufrió mucho. No importa cuál es tu mascota sino el vínculo que generas”.

Durante un tiempo, Xiomara hizo domicilios, pero desistió de ellos cuando un cliente la encerró en su apartamento porque se sentía bien hablando con sus gatos. “Luego me enteré de que el señor estaba en terapias por esquizofrenia”.

Historias tiene por montones, como la de una beagle que decidió quedarse con la familia que la había encontrado en la calle, aunque sus antiguos dueños la habían cuidado con amor. “La perrita me dijo que en su nueva casa tenía una misión, ayudar al abuelo enfermo de la familia. Decía que le gustaba cuando le tiraba la cobija y cómo se daban calor”. Quien la consultó se puso a llorar porque el anciano enfermo había mostrado mejoría desde la llegada del animal, y que incluso un día le avisó cuando se estaba ahogando. “Dos meses después llegaron a consulta sus verdaderos dueños y entendieron todo”.

Xiomara habla con muchas especies. Dice que los caballos son una de las más maltratadas y que es muy duro cuando los animales le revelan malos tratos; incluso, abusos sexuales. “Lloro con ellos”.

También ríe; como la vez que un perro le dijo que su papá humano le parecía lindo, pero que había que aceptar que la mamá sí era muy fea. “Los cuatro éramos atacados de la risa”, contó. Ella también tiene un gato que le cuenta todos los pormenores del comportamiento de su hijo. Si no estudia, él me pasa el dato”, dice entre risas, pero es verdad.

Algunos veterinarios la recomiendan sin dudarlo, otros lo hacen sin poner su nombre de por medio. “Es como una doble moral, pero igual, yo ayudo”.

Todo eso y mil historias más de sus conversaciones con animales de circo, cóndores, tortugas, caballos, boas, cuis, ratas, jaguares, entre otros, hacen de ella una mujer con la agenda copada. “Una hora de consulta vale 150.000 pesos y una urgencia, 200.000”.
En fin, cada animal tiene su personalidad, y aun así Xiomara no comparte la idea de humanizarlos. “Tienen su instinto, a muchos les gusta ensuciarse, son mascotas, tienen que tener límites y reglas”.

Con esas confesiones terminó la entrevista. Muchos creerán, otros no. Eso fue lo que me pasó a mí. Ron se resiste a entrar en su guacal, lo regaño y le digo que tenga cuidado que se va a lastimar, mientras Xiomara me dice: “Te está diciendo que fresca, que a él no le dolió”.

Carol Malaver
Redactora de EL TIEMPO

Fuente: El Tiempo

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